Al Otro Lado del Lienzo

Guillermo Laich
22/09/2021 19:42

 

 

Estatua de Rembrandt en Amsterdam 

 

Con profunda añoranza recuerdo los felices años que pase viviendo en la zona de Amstelveen, de esa culta, histórica, y bonita ciudad que es Ámsterdam. Recuerdo que muchos fines de semana me subía a un tranvía en la estación de Amstelveen Centrum para llegar a la conocida Museumplein. Mi objetivo era, nada mas y nada menos, que tener el honor de visitar sus museos. Mis dos museos favoritos, sin duda alguna, eran el Rijksmuseum, y el van Gogh Museum encontrándose ambos a pocos metros el uno del otro a lo largo de la amplia y bonita Pauluspotter Straat.

El Rijksmuseum, cuyo nombre significa “Museo del Reino,” es el museo nacional de Ámsterdam y esta dedicado al arte, la artesanía, y la historia. Con gran diferencia lo que mas me llamaba la atención eran las obras artísticas de Jan Brueghel, Franz Hals, Peter Paul Rubens, y muy particularmente las de Rembrandt Van Rijn – en especial su gigantesca obra, “The Nightwatch” o sea “La Ronda de Noche.”
 
Mi admiración por Rembrandt (1606-1669), el artista y el hombre, era de tal dimensión que casi todos los días salía a hacer jogging por la zona de Amsteldijk, próxima a Amstelpark y en las proximidades del Rio Amstel. Lo hacia precisamente en ese lugar porque mi vivienda se encontraba muy cerca, en el barrio de Almstelveen. Otro importante motivo para entrenar por esa zona era que, junto a un pintoresco y bien conservado molino con grandes aspas, se encontraba una estatua de bronce del mismísimo Rembrandt. Se puede apreciar tal estatua en la imagen que encabeza este articulo. 
 
Ahí, todos los días a las cinco de la tarde, me encontraba cara a cara con una representación artística tallada en bronce de ese tan especial, sensible, y profundo pintor en todo su esplendor. Con su rodilla derecha apoyada firmemente en el suelo, su penetrante mirada intentaba recoger la esencia artística de un determinado aspecto de la naturaleza que yacía hacia en la distancia.
 
Al contemplar la estatua, día tras día, ¿me preguntaba quien fue este hombre de verdad?, ¿como había sido su vida dentro y fuera de su arte?, y como había trascurrido su vida al otro lado del lienzo?
 
La vida de los grandes artistas suele estar llena de múltiples e interesantes experiencias personales y detalles que explican y justifican el cómo y el porqué de sus bellas y auténticas creaciones. En consecuencia, sus respectivas vidas y experiencias también representan magníficas obras de arte. De hecho, esas vidas representan  incontables cuadros vivenciales de carácter invisible, pero no por ello menos interesantes. A menudo, y paradójicamente, tales vidas suelen estar mas carentes de valor emocional y cultural que las propias obras de arte. 
 
Es mi opinión personal que un conocimiento profundo de la vida de Rembrandt, así como de muchos otros grandes artistas, representa una riqueza de información que debemos llegar a comprender y conocer a fondo. Digo esto porque, además de ser una aportación muy valiosa al patrimonio común de la historia y la cultura, tal conocimiento constituye un complemento indispensable para alcanzar la comprensión más completa, profunda, y real de sus respectivas obras de arte.
 
De la misma manera que resulta imposible comprender los criterios técnicos, artísticos, y estéticos de algunas de mis múltiples intervenciones de cirugía plástica estética, sin un conocimiento profundo de mi personalidad y/o de mi vida personal, las obras artísticas de cada uno de los grandes pintores-artistas no puede entenderse plenamente sin también considerar la vida íntima de su autor. 
 
Esto se debe a que la técnica, el sentimiento, la clase, y el estilo particular de cada artista - sus singulares gustos y preferencias, su desarrollo y crecimiento personal, su filosofía de lo que es la vida, la temática particular, e incluso la brillantez en la realización de cada uno de sus cuadros - tiene mucho que ver con la esencia de la propia persona en términos de su excentricidad, sus amores, sus alegrías, así como de su soledad, lágrimas, y penas. 
 
Profundizando aún más en esta línea de pensamiento, podemos afirmar que, al igual que un libro cualquiera, cada cuadro constituye una o varias páginas de la vida personal del artista. Esto es hace evidente cuando vemos que en el retrato de una mujer, por ejemplo, como se encuentra compaginado el destino del mismo autor. Un determinado paisaje, repetido muchas veces como fondo en sus lienzos, puede reflejar el estado de ánimo del artista en ese mismísimo momento de tiempo y espacio. Además, el ritmo y el colorido tienen mucho que ver con la percepción y el modo en que el artista ve, siente, e interpreta las cosas que pinta.
 
En consecuencia, podemos afirmar que los cuadros de los grandes pintores-artistas, además de ser obras de arte inmortales, son fiel representantes en el aquí y ahora de la condición psicológica de su autor. Veamos porque.
 
Rembrandt (1606-1669) era el cuarto hijo del molinero Herman Gerrits van Rijn. Pasó su infancia en el viejo molino, del que hoy no queda ni rastro, junto a un antiguo canal en las afueras de Leyden, Holanda. Es muy posible que cuando Rembrandt, al final de su vida, pintó repetidamente un paisaje típico consistente en un viejo molino a la luz del atardecer holandés, los sutiles movimientos de su pincel obedecieran a viejos recuerdos de sus primeros años.
 
A los 14 años comenzó a estudiar en la Escuela Latina de la ciudad de Leyden. Absolutamente nada en el joven Rembrandt indicaba la latente existencia del gran pintor que llevaba dentro. Su comportamiento era absolutamente normal e incluso algo vulgar en su trato, careciendo de cualquier inclinación o afición especial por cualquier actividad intelectual o cultural. Pero de repente, y sin motivo aparente, abandonó los cursos obligatorios de la Escuela Latina y comunicó a sus padres que había decidido dedicarse de lleno al arte de la pintura. 
 
Hasta el día de hoy, nadie sabe la verdadera razón de esa rápida y definitiva decisión, ni el proceso psicológico interno que le conduzco a ella. Sin embargo, algunos historiadores suponen que tal cambio de rumbo probablemente estuvo relacionado con la amistad que compartía con Van Swanenbursch. Van Swanenbursch era un famoso pintor y pariente lejano de Van Rijn, que en aquella época también vivía en la ciudad de Leyden.
 
Pronto el joven Rembrandt se convirtió en alumno del taller de arte de Van Swanenbursch. Allí recibió su primer contacto con el arte, no sólo a través de las lecciones de dibujo, sino también a través de las precisas explicaciones de su maestro y la contemplación de sus cuadros y bocetos preliminares. La mayoría de esos cuadros y bocetos eran reproducciones de los maestros italianos, cuya visión directa, en combinación con las conversaciones educativas de Van Swanenbursch, abrió un horizonte artístico muy amplio y profundo a su joven imaginación.
 
Con la formación inicial que adquirió bajo la tutela de Van Swanenbursch, Rembrandt se trasladó a Amsterdam en el año 1624, donde entró en el taller de Pieter Lastman. En aquella época Lastman era uno de los pintores más destacados ya que, además de ser un hombre muy capaz y hábil en su arte, sabía pintar cuadros fantásticos en los que aparecían templos con escaleras de mármol, apóstoles con venerables barbas, y bellas mujeres. 
 
Todo ello encajaba perfectamente con los gustos artísticos de la elite holandesa de principios del siglo XVII. Rembrandt permaneció durante un largo periodo en el estudio de Lastman, y cada seis meses su padre viajaba a Ámsterdam para observar los progresos de su hijo, así como para entregar la suma de 25 florines a su maestro.
 
Tres años después, Rembrandt concluyó su aprendizaje y regresó a Leyden en compañía de un compañero del taller de Lastman. Ambos comenzaron a producir obras de arte por su cuenta con la colaboración de un grabador mediocre llamado Van Vliet, que simplemente se dedicaba a reproducír las buenas obras que los dos compañeros pintaban. También hubo un aprendiz llamado Gerard Dow, cuyas pinturas nos dejaron una clara imagen del aspecto real del taller original.
 
Los dos futuros maestros trabajaron incansablemente, probando todos los géneros y procedimientos, y aceptando todo tipo de encargos. Gracias a su talento y perseverancia, poco a poco fueron saliendo adelante económica y socialmente. Su fama pronto se extendió más allá de los límites de la ciudad de Leyden y llegó a Ámsterdam, donde Rembrandt iba a menudo a reunirse con antiguos compañeros de taller con la esperanza de vender algunos de sus cuadros a los mercaderes de arte. La fama a menudo llamaba a la puerta de su modesto taller de Leyden ya que solían acudir múltiples aficionados al arte con deseos de encontrar algo de su interés. 
 
Una de esas personas que vino a visitarles fue nada menos que el ilustre físico holandés Christian Huyghens (1629-1695), secretario de Federico de Nassau, y cuyo apoyo fue fundamental para el progreso profesional de Rembrandt. Durante un largo periodo hubo una gran actividad en el pequeño taller. De hecho, iniciaron una nueva moda de grabados. En esa época, Rembrandt, intuyendo que podía llegar a ser un gran artista, se dedicó de lleno a desarrollar su arte y rápidamente alcanzó un éxito considerable. Finalmente, en el año 1631, a la edad de veinticuatro años, se trasladó definitivamente a Ámsterdam, totalmente convencido de que había llegado su hora.
 
En aquella época, el natural genio comercial de los holandeses había obtenido grandes beneficios económicos, logrando establecer fábricas y empresas en las costas orientales y en Sudáfrica. Sus pescadores llegaron a viajar hasta Groenlandia y sus banqueros, mediante un procedimiento u otro, lograron hacer llegar a sus arcas gran parte de los lingotes de oro y plata transportados por los galeones españoles de esa epoca. Al mismo tiempo, las barcazas fluviales holandesas transportaban cargamentos de toda Europa y desembarcaban en los muelles de la ciudad de Ámsterdam.
 
Como resultado de todas estas actividades, Holanda rebosaba de dinero y la burguesía adquiría no sólo cuadros, sino también todo tipo de antigüedades y objetos de arte. No cabe duda que los anticuarios ssiempre fueron personas poseedoras de un refinado olfato para lo que es fino y bien producido. De toda Europa llegaban directamente a Ámsterdam cosas como medallas antiguas, piedras preciosas, camafeos, todo tipo de objetos de arte de oro y plata, grabados, manuscritos griegos y latinos, así como objetos del Lejano Oriente. Todos ellos eran disputados por los numerosos aficionados que surgieron, no sólo de Holanda, sino también de Inglaterra y de los países continentales.
 
A todo esto, y en semejanza a los anticuarios, Rembrandt había aprendido en el taller de Lastman sus primeras nociones para convertirse en un verdadero conocedor de los objetos de arte. Con el tiempo, llegó a adquirir una destacada competencia en la apreciación y valoración de las joyas de arte, todo ello gracias a la relación de amistad que compartía con una de las personalidades más destacadas del mundo de las antigüedades, Hendrick van Uylenburch.
 
Van Uylenburch era en cierto modo un hombre de origen aristocrático, pero cuya fortuna había ido decayendo porque era demasiado atrevido en los negocios y le gustaba vivir por encima de lo que le permitían sus ingresos. En esos tiempos, como en la actualidad, existían muchas personas que vivían sus vidas por encima de sus posibilidades y a costo de los demás. A su lado, Rembrandt, que empezaba a ganar mucho dinero, logro dos objetivos que resultaron ser decisivos en su vida: 1.- concluyo sus estudios en todo lo referente a las antigüedades; y 2.- se enamoró perdidamente de Saskia, la hija del anticuario van Uylenburch.
 
Haciendo un breve inciso, recuerdo que cuando trabajaba en Amsterdam como director medico en un centro de ciencias medicas, y por las tardes entrenaba junto a la estatua de Rembrandt, el nombre de mi secretaria era, "Saskia."
 
Saskia, a juzgar por los numerosos retratos que Rembrandt hizo de ella, debío de ser una mujer encantadora, de aspecto dulce, y muy femenina y delicada en su trato. Sin embargo, su salud era frágil y pronto contrajo tuberculosis y falleció. No obstante, dejó a Rembrandt con un hijo llamado Tito. Pronto Tito también enfermó, marcando el fin de un periodo de felicidad dorada en el cual Rembrandt había vivido y disfrutado desde su matrimonio con la bella Saskia.
 
El matrimonio de Rembrandt con Saskia produjo en él una ola de optimismo, motivación, y entusiasmo sin paralelo. Trabajaba continuamente y compraba cuadros, grabados, joyas, tapices, objetos orientales, telas, y todo lo que le agradaba por su forma o colorido. Hizo transportar todos los objetos a una casa que había comprado a crédito y con el propósito de convertirla simultáneamente en su hogar y taller. 
 
Curiosamente, y una vez casado, Rembrandt tuvo que trabajar aún más que antes. Trabajaba mucho por puro amor a su mujer y le proporcionaba todo tipo de comodidades, joyas, vestidos, y todo lo que ella pudiera soñar. Rembrandt se había convertido en el pintor de moda, pero aunque trabajaba incansablemente y tenía más alumnos de los que podía instruir con sus enseñanzas, sus deudas seguían creciendo y empezó a fallar en los pagos mensuales de su casa.
 
Pero esto no le importaba. Ganaba y gastaba mucho dinero y sus acreedores estaban convencidos de que tarde o temprano lograría cumplir con sus pagos. Fue entonces cuando pintó uno de sus grandes y más famosos cuadros de la serie denominada retratos colectivos: "La lección de anatomía." El cuadro fue encargado por el entonces famoso Dr. Tulp, y una de las condiciones era que el mismo Dr. Tulp debía ser retratado junto a los más famosos cirujanos de Ámsterdam de la época. De hecho, y en el cuadro, el Dr. Tulp aparece con unas pinzas en la mano junto al cadáver cuyo brazo acaba de disecar delante de sus colegas.
 
"La lección de anatomía" aumentó enormemente la fama y el prestigio del gran pintor, que pasó a cobrar hasta quinientos florines por retrato. En los Países Bajos, el comprador o patrocinador es quizá más exigente que en cualquier otra parte del mundo. El burgués holandés del siglo XVII, antes de pagar por un retrato, aunque llevara la firma de Rembrandt, exigía que hasta el más mínimo detalle de su ropa fuera nada menos que perfecto.  
 
Pero el Rembrandt de la época de Saskia era un hombre sumamente hábil y feliz. Poseía una mano muy firme, una pincelada precisa y segura y, la fatal miopía que oscureció los últimos años de su vida aun no había mostrado ni el más mínimo síntoma. Esta felicidad no iba a durar mucho, ya que Saskia enfermó gravemente y pronto murió. Esto dejó a Rembrandt sumido en la desesperación y teniendo que ocuparse no sólo de la administración de la casa, sino también de la crianza de su delicado hijo Tito.
 
Independientemente de su grado de felicidad y/o desgracia, Rembrandt, como pintor ilustre que era, se acercaba cada vez mas a las metas que había establecido para su vida como artista. El profundo dolor emocional causado por la muerte de su esposa Saskia fue quizás el origen de un radical cambio en su forma de pintar y entender la vida. Tal vez, y sin darse cuenta, comenzó a pintar retratos interpretando el rostro del cliente con todas sus imperfecciones, o sea tal como la persona en cuestión aparecía en la realidad … sin retoque estético alguno. 
 
Este singular hecho, sin duda, fue el comienzo de su declive. Y lo fue porque quienes acudían a su estudio en busca de un buen retrato firmado por el propio Rembrandt querían ser retratados más guapos, mas bellos, y mas elegantes de lo que realmente eran, así como estar colocados en la pose exacta que ellos deseaban. Pronto comenzó a perder clientes y eventualmente acabó virtualmente sin trabajo. La cálida simpatía que siempre se había sentido por él en la ciudad de Ámsterdam comenzó a enfriarse, dando paso a un sentimiento de descontento generalizado y apagado. 
 
A pesar de ello, Rembrandt recibió el encargo de otro retrato colectivo para la guardia de oficiales del cuartel. Sin embargo, y en lugar de pintar al grupo de oficiales alrededor de una mesa en la sala de banderas, atrincherados detrás de hermosas baterías de jarras con excelente cerveza holandesa, retrato a un grupo saliendo del cuartel con el fin de dar mas vida y movimiento al cuadro. Al mismo tiempo quería demostrar los efectos del "claroscuro" o sea el contraste entre luces y sombras que el mismo acababa de inventar. De hecho, comenzó a aplicarlo a lo que ya había realizado durante años en sus famosos grabados.
 
Nuevamente, y a pesar de todo ello, el resultado fue desastroso para Rembrandt. Y lo fue porque en ese enorme cuadro los oficiales con uniformes airosos parecen saltar hacia el exterior del cuadro. Y lo hacían principalmente porque Rembrandt había resuelto el misterio de combinar las luces y las sombras a través de sus pinceles. Ni que decir tiene que esta técnica no gustó a los compradores y, de hecho, se negaron rotundamente a pagar por las obras de arte. 
 
En consecuencia, pronto se creó un aire de malestar, y Rembrandt vio su fama muy mermada. Además, en aquella habitación donde se colgaba el enorme cuadro de forma indefinida, en cuanto llegaban los primeros fríos se encendía el brasero de turba, por lo que el lienzo se cubría de una capa de tizne. Cuando la fama de Rembrandt volvió a resurgir, el cuadro fue llamado: "La guardia nocturna," un apodo que ha llegado hasta nuestros días. Tal cuadro, hasta el día de hoy, es la mayor y mas bella obra de arte que los ojos del autor han contemplado.
 
Otra calamidad que le ocurrió a Rembrandt consistió en el nacimiento de una niña, hija del ama de llaves y cuidadora de su hijo Tito. Este hecho, obviamente, desató un gran desprecio público contra Rembrandt. En consecuencia, sus alumnos fueron expulsados de su estudio y nadie volvió a comprarle un cuadro. 
 
Ante el panorama económico, sus acreedores y sus buenos compatriotas burgueses, que hasta entonces habían esperado pacientemente el cobro de sus créditos, cayeron sobre el admirado maestro, que no tuvo más remedio que declararse en quiebra y quedarse sin su querida casa en la que había pasado tantas horas felices y gloriosas. Es mas, también se quedó sin sus colecciones de antigüedades, sin sus preciosos grabados, y sin sus objetos más queridos. Todo fue a subasta, incluso los utensilios de la cocina. Todo esto demuestra que la capacidad humana de soportar la vergüenza, la humillación, y el dolor moral suele ser de carácter ilimitada.
 
Su hijo Tito y otros dos familiares permanecieron a su lado y no le abandonaron, y así lograron sobrevivir semejante desastre personal y social. A continuación, montaron una pequeña tienda de antigüedades, con la que a duras penas pudieron defenderse y continuar con sus vidas. Por otro lado, Rembrandt nunca perdió el amor por su arte y continuo pintando incansablemente.
 
Fue entonces cuando Rembrandt logro alcanzar la plena y serena madurez de su arte. Quizás fueron esos mismos desastres quienes que crearon el profundo dolor, y que, a su vez, permitió que sus sentimientos más profundos florecieran y se expresaran sobre un lienzo. Esa profundidad de auténticos pensamientos, emociones, y comportamientos era precisamente de lo que había carecido en sus años anteriores. Ese mismo sufrimiento era precisamente lo que ahora le permitía elevar a su arte a su máxima expresión, así como lograr la plena serenidad de espíritu manifestada en las obras del último periodo de su vida. 
 
Como si ya no le importara el dinero, ni su bienestar perdido, Rembrandt pintaba realmente lo que veía sin ninguna concesión a las imposiciones y/o conveniencias de ningún tipo o clase. Consiguió dotar a sus cuadros de la impresión y atmósfera real que yacía en su corazón, y que sus pinceles fielmente trasladaban al lienzo. Como en sus años de miseria, ahora se sentía atraído por las cosas humildes y los seres más desgraciados. Fue de esta manera como procedió a pintar mendigos, tullidos, ancianos inútiles, y personas groseramente deformadas. La consecuencia de todo ello fue que tales cuadros eran muy difíciles de vender, aunque él era plenamente consciente de ello cuando los pintaba.
 
Poco después de la catástrofe económica, su hijo Tito, que acababa de casarse, falleció, pero su hija Cornelia y la madre de ésta siguieron cuidando del anciano Rembrandt, que en ese momento se estaba quedando casi ciego por crear grabado tras grabado a poca luz en el pequeño y oscuro taller donde trabajaba.
 
Sus amigos, algunos de los pocos que no le habían abandonado del todo, le ofrecieron una oportunidad apadrinándole para crear otro retrato colectivo. Esa oportunidad dio lugar a la maravillosa obra titulada: "Los síndicos del gremio de los pañeros," que tampoco fue bien vista ni recibida. La razón fue que los honrados fabricantes, por el mero hecho de ser ricos, hubieran querido ser retratados como grandiosos y representando mucho más de lo que eran en la vida real. 
 
En el cuadro, Rembrandt pinto cinco rostros de la vida real correspondientes a cinco simples pero asquerosamente ricos individuos de clase baja. Pinto la verdad de lo que veía y percibía, y eso, en muchas ocasiones suele ser imperdonable. Por ello, la gran obra de arte fue arrinconada y olvidada. Lamentablemente, así de destructiva y poderosa suele la fuerza destructiva y el desprecio que es capaz de generar y expresar el ego humano.
 
Poco después, en el año 1669, Rembrandt Van Rijn falleció en Ámsterdam, en el mayor de los olvidos, y en la misma ciudad donde había vivido durante cuarenta años. Tanto es así que ni la publicación "Noticias Corrientes," periódico impreso en la casa de Otto Barnart Smient, ni "La Gaceta de Ámstredam," editada por Jansz Swoll, agente literario, que llenaban sus respectivas páginas publicando el boletín que indicaba el estado de salud de los soberanos o con el detalle de los bultos que cada barco transportaba a su llegada a puerto, se dignaron a registrar o mencionar la muerte del gran artista. Así de crueles y envidiosos hemos sido, y somos, los seres humanos.
 
Pasaron muchos años, durante los cuales el nombre de Rembrandt fue ignorado más que olvidado. Gran parte de su obra, especialmente sus grabados y aguafuertes, había salido al extranjero y especialmente a la ciudad de París. A mediados del siglo XVIII, un aficionado llamado Gersaint, se interesó por Rembrandt y creó un catálogo repleto de su enorme producción artística. El renacimiento de Rembrandt había comenzado y el catálogo fue publicado en 1758 por un editor parisino.
 
Pronto no faltaron compradores. Años después, mas o menos un siglo después de la fecha de su muerte, Rembrandt estaba nuevamente de moda, pero esta ves en París. De hecho, en ninguna de las mansiones de aficionados, de nobles, o de millonarios adinerados podía faltar una o varias obras del genio holandés olvidado.
 
Como siempre suele suceder, cuando París lanzo al vuelo del reconocimiento su nombre, poco después Londres comenzó a interesarse también por las pinturas y grabados de Rembrandt. Sus obras pasaron a exigír precios elevados y, de hecho, sus valores no dejaban de aumentar. Los ingleses tradujeron el catálogo de Rembrandt y comenzaron a buscar y adquirir las obras catalogadas. Y como inevitablemente ocurre en casos similares, los falsificadores y los ladrones de obras artísticas surgieron uno tras el otro como hongos. 
 
El precio de los cuadros de Rembrandt continuo subiendo exponencialmente hasta que llegó el momento de clasificarlos y ordenarlos de forma definitiva. Pero el entusiasmo, la devoción, y el fanatismo que mostraron aquellos jóvenes artistas y empresarios parisinos que descubrieron a Rembrandt, se mantiene hasta el día de hoy. No existe principiante, artista consagrado, o amante del arte – incluido el autor de este articulo - que no sienta una emoción de carácter inefable al contemplar las obras de ese maravilloso grabador, de ese extraordinario pintor que supo dominar y captar el misterio de la luz y la sombra... su nombre era Rembrandt.
 
Y así fue como todo sucedió que, ante la presencia y la penetrante mirada de la estatua del mismísimo Rembrandt, entrené felizmente todas las tardes durante los dos años que viví en la ciudad de Ámsterdam. Aparte de ello, también me tuve la oportunidad de aprender mucho sobre su vida artística y personal, así como y echar un respetuoso vistazo a como fue su vida como ser humano … del otro lado del lienzo.
 

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