El Punto Crucial

Guillermo Laich
26/12/2014 17:36

Un punto crucial representa una encrucijada, un momento o situación crítica de la vida donde una condición se torna insostenible y se impone un cambio. En ese momento hay que decidir sobre la dirección y el sentido de ese cambio con la mayor celeridad posible ya que la neutralidad no es una opción. Cuánto más compleja sea la situación más sencilla será su solución, y la solución dependerá del juicio y el criterio para saber elegir la mejor alternativa disponible, y no la mejor opción posible.

Imaginemos un grupo de necios infelices transportando sacos llenos de arena de un lado a otro. Una vez que han terminado de depositarlos en un sitio determinado, inmediatamente empiezan a transportarlos nuevamente al lugar de origen. Este vaivén sin sentido y sin fin, continúa sin cambio alguno, todos los días de todos los años; los necios hacen exactamente la misma estéril labor.

Un día, uno de ellos se detiene durante unos momentos para preguntarse que es lo que en realidad está haciendo con su tiempo. Se plantea a sí mismo que sentido tiene acarrear las bolsas de arena de un lado al otro sin saber por qué – también, y en consecuencia, se plantea qué sentido real tiene su vida al vivirla de tal manera. A partir de ese instante, ya no estará tan pasivo ni tan contento como antes de transportarlos.

El relato que acaban de leer es la nota de un hombre suicida, los pensamientos y últimas palabras escritas por un alma vacía, solitaria, y desesperada que se quitó la vida porque había llegado a un punto crucial en su existencia y no veía ningún sentido racional a la vida. Tales palabras nos pueden servir de introducción a una importante y transcendente pregunta que, ciertamente, es de vida o muerte.

Dicha pregunta posee profundas ramificaciones y por lo tanto puede formularse de múltiples formas: ¿cuál es la finalidad y el significado de la vida?; ¿qué dirección y sentido tiene mi vida?; ¿por qué vivimos?; ¿por qué venimos a este mundo?; ¿para que vivimos?; ¿de acuerdo a que principios tenemos que vivir?; y si bien nada es perdurable y estamos destinados a morir, ¿realmente qué sentido tiene vivir?

Pocos en la historia de la humanidad se han atormentado tanto con estas cuestiones como el gran novelista y filosofo ruso León Tolstoi (1828-1910). Tolstoi, a lo largo de su vida, se enfrento al problema de la carencia de un sentido vital en el alma del hombre. Su experiencia, tal como nos la relata en: Mi Confesión, nos servirá de punto de partida.

… Hace cinco años comenzó a generarse en mí un estado de ánimo profundo y extraño: tenía momentos de perplejidad, de asombro ante la vida, como si no supiera por qué quiero vivir, o lo que deseo hacer conmigo mismo. Estos momentos de interrupción siempre se me presentan con la misma pregunta: ¿por qué vivir?; y ¿para qué vivir? Estas cuestiones me exigían una respuesta cada vez más apremiante, como si se tratase de una serie de puntos oscuros, se reunían e integraban para formar una sola mancha negra.

Durante estas crisis, por él denominadas: interrupciones de la vida, Tolstoi se encontraba en un perpetuo estado de confusión, conflicto, y guerra existencial consigo mismo, y una y otra vez cuestionaba el significado de toda su existencia, todo lo qué pensaba, todo lo qué sentía, y todo lo qué hacía. Como ocurre en muchos de nosotros, la realidad se había interpuesto en sus sueños.

Se preguntaba cuál era el sentido de administrar sus bienes o de educar a su hijo: ¿Para qué? Ahora poseo seis mil hectáreas en la provincia de Samara y trescientos caballos; y todo, ¿para qué? También se preguntaba que motivo y razón tenía para escribir sus novelas: Bien, ¿y si llego a ser mas famoso que Gogol, Pushkin, Shakespeare, y Moliere – y que todos los demás escritores de este mundo -, que? Francamente, no hubiera podido hallar una respuesta. Estas preguntas exigen respuestas inmediatas, porque sin ellas, es imposible vivir. Pero difícilmente hubiera podido encontrarlas.

Junto con la disolución del sentido y el significado, Tolstoi experimenta una disolución de los fundamentos éticos, morales, filosóficos, y espirituales sobre los que descansa la vida: Sentí que ya no tenía nada que me sirviera de apoyo, que todo aquello para lo cual había vivido no significaba nada, y que no tenía ni una sola razón válida para continuar viviendo. La verdad era que la vida no tenía ninguna dirección o sentido para mi. Cada día, cada paso, me llevaba más cerca del precipicio donde no veía sino oscuridad y ruina.

Los seres humanos en realidad somos espectros muy débiles y fragiles. Metafóricamente hablando, en nuestro interior albergamos un lado claro y otro oscuro. El lado claro representa la moralidad mientras que el lado oscuro representa la inmoralidad. El lado oscuro es una especie de oscuridad palpitante que existe, sin excepción alguna, en todos nosotros. Según la naturaleza de nuestras vulnerabilidades y comportamientos individuales, algunos somos capaces de ejercer un cierto grado de control sobre esa oscuridad, mientras que otros la liberan hacia el mundo real y la viven.

El resto de nosotros vivimos nuestras vidas haciendo un dinámico, inestable, y precario equilibrio sobre esa cuerda o línea claroscura que separa ambas vertientes. El grado de control que logramos ejercer sobre nuestra oscuridad dependerá de múltiples y variados factores. Pero si por alguna razón los más proclives de nosotros somos expuestos a ciertos estímulos que inclinen la balanza de nuestros pensamientos, emociones, y acciones en esa dirección, los primitivos y malvados deseos de esa oscuridad se nos presentarán con toda su furia y pasión.

Ahora bien, ¿cómo y por qué cayó la oscuridad de la ideación suicida tan rápidamente sobre los pensamientos de Tolstoi a los cincuenta años? Intentemos dar un sentido coherente a las siguientes palabras del propio Tolstoi:

La cuestión de base que a los cincuenta años me llevo tan cerca del suicidio era la más simple de todas, y la qué está en el espíritu o alma de cada hombre, desde el niño más pequeño hasta el mayor y más anciano de los sabios: ¿cuál será el resultado final de lo que estoy haciendo ahora y de lo que haré mañana?; cual será el resultado global de toda mi vida? En otras palabras: ¿por qué vivir?; ¿por qué desear algo?; ¿por qué hacer algo? Aun más sencillo: ¿hay algún motivo, significado, o sentido en mi vida capaz de neutralizar, abolir, o destruir la muerte que inexorable y misteriosamente me está esperando en el cercano o lejano futuro?

Como podrán apreciar todo lo dicho anteriormente gira inexorablemente alrededor del concepto de situación o punto crucial, una situación de tipo muy particular que requiere tres distintos niveles de definición.

En primer término, son situaciones que representan una condición ineludible, que exigen una decisión inminente e inevitable, y donde la pasividad y la neutralidad no son una opción. El adoptar una actitud y el tomar una decisión son inseparables.

El segundo factor consiste en que esta sea una situación de vida o muerte en la cual posiblemente se esté determinando si uno ha de vivir o morir. Este es probablemente el significado más literal de la palabra crisis o punto crucial. En estas situaciones uno se enfrenta no solo a opciones vivas, si no a lo que el filosofo estadounidense William James (1842-1910) llamaba opciones forzosas. En toda opción forzosa, no adelantar significa retroceder; no tener éxito significa fracasar; no decidir significa que el azar decidirá por uno. Permanecer inerte constituye el mayor fracaso.

En tercer lugar, toda situación crucial representa, por sí misma, una dimensión de máximo valor para comprender el significado del propio mundo interior. De ahí que aun no conozca el alcance de su propia fuerza quien no se haya encontrado ante una gran adversidad. Respecto a este inciso podemos tomar como ejemplo las voces de Dostoievski, Tolstoi, Kafka, Sartre, y Camus ... pero muy especialmente la de Tolstoi.

La breve novela que Tolstoi escribió en 1886, titulada: La Muerte de Iván Ilych, contiene un importante mensaje para comprender el punto crucial en el cual uno entiende la autentica naturaleza de su sentido vivencial – o sea su alma o espíritu.

Iván Ilych, un mediocre y autosuficiente juez de alta corte, contrae una enfermedad terminal. Su angustia le agobia incesantemente hasta qué, en un punto crucial, poco antes de su fallecimiento, descubre una sorprendente verdad: que su vida ha sido insignificante y ha carecido de sentido, y que por lo tanto está muriendo de mala manera porque ha vivido de mala manera.

En los pocos días que le quedan de vida, Ilych sufre una dramática transformación interior que seria difícil de explicar excepto en términos de un profundo desarrollo personal. Se da cuenta que toda su vida había sido una mentira. Que había estado escuchando una poderosa voz que emanaba de su interior para dictarle, falsa y erróneamente, como tenía que vivir. Pero ahora, mientras descansaba en su lecho de muerte, Ilych fue capaz de escuchar la presencia de una segunda voz subyacente a la anterior. Una voz infinitamente mas tenue, suave, y verdadera que emana de una mayor profundidad interior que la otra. La primera era la falsa, la segunda era la autentica.

Ilych en realidad se enfrentaba a dos muertes. Esta la primera muerte biológica, y por otro lado la segunda muerte de carácter espiritual, que a menudo pasa inadvertida. La segunda representa el mayor y más transcendente punto crucial para la persona. Sí bien la primera muerte, la biológica, es de carácter inevitable, la segunda, o sea la espiritual, es claramente evitable, y requiere una actitud y una decisión ineludible, lo mismo que en cualquier cuestión de significado vital. Durante los últimos días de su vida Ilych logra un nivel de integración personal mucho mas alto que el que había alcanzado a lo largo de toda su vida anterior.

Según el psiquiatra y neurólogo austriaco Viktor Frankl (1905-1997) es la vida y el mundo en el cual vivimos quienes nos plantean la pregunta: ¿qué sentido y significado desea darle usted a su vida?  - y no viceversa. O sea que somos nosotros mismos quienes debemos agenciarnos nuestros propios significados y propósitos vivenciales en un mundo neutro e indiferente.

En todos los casos, cuando un ser humano fracasa en el intento de dar sentido coherente a su propia vida se produce un profundo sentimiento de vacío existencial. Una sensación interior de que uno no tiene ninguna razón para vivir, para luchar, para esperar … de que uno es incapaz para encontrar una meta o una directriz en la vida, el sentimiento de qué, aunque los individuos se esfuercen mucho en su trabajo, en realidad no tienen ninguna verdadera meta, objetivo, o aspiración.

Por lo general, cuando se produce un vacío existencial de este tipo, los signos y síntomas desesperantes de la ansiedad y la depresión se apresuran por llenarlo. Además, la carencia de un sentido vital se asocia con la gravedad de la depresión en un sentido lineal.

Lo peculiar de las situaciones cruciales, sin embargo, es que si bien son comunes a todos nosotros, no se dan de la misma manera en todos. Cada cuál debe asumir la responsabilidad de decidir por sí mismo en su propia situación o punto crucial. De ahí que la universalidad de las situaciones cruciales esté cargada de una gran individualidad.

El concepto existencial de libertad nos dice que lo único absoluto verdadero es que no hay nada absoluto. Según tal concepto, el mundo es contingente, entendiéndose por contingente que puede suceder o no suceder. Es decir, que todo lo que es, pudo haber sido de otra manera; que los seres humanos constituyen su propio yo, su mundo, y sus situaciones dentro de ese mundo; que no existe ningún significado universal ni un gran diseño en el mundo, ni ninguna guía para vivir que no sean las que crean los propios individuos.

El significado que se busca en la vida se refiere al sentido de la coherencia lógica de esa misma vida. En realidad, la búsqueda de significado quiere decir que estamos buscando lo racional y coherente en vez de aceptar lo irracional y absurdo. Un ejemplo sería: ¿tiene sentido todo esto, de verdad?

Por otro lado, el propósito se refiere a la intención, la meta, o la función. Cuando preguntamos cuál es el propósito de algo, estamos inquiriendo sobre su papel, objetivo, o su función. Por ejemplo: ¿qué función cumple todo esto? ¿cuál es su finalidad?

El sentido, significado y propósito en la vida de las personas es fundamental y ambos realizan la misma función: permitir la autorrealización del individuo. Vivir la vida plenamente sin pensar en su significado lógico y racional también es un camino sumamente válido para lograr la coherencia, el sentido, el propósito, y en consecuencia esa tan especial autorrealización espiritual de la cual hemos estado hablando. De hecho el Budismo Zen constituye, por definición referenciada, una secta anti-intelectual del Budismo. O sea, un apartado filosófico en el cuál los símbolos, la coherencia, y la racionalidad tienen poco o nada que decir ante la propia intuitiva e instintiva experiencia directa con la realidad.

Estamos hablando de una persona capaz de comprometerse plenamente con la vida, donde ese compromiso constituye la principal respuesta terapéutica ante la carencia de un sentido vital racional. Tal actitud aumenta también la posibilidad de que uno logre organizar los eventos de la propia vida dentro de un patrón intuitivo coherente, bien estructurado y sistematizado, y con un propósito determinado – pero carente de la lógica y los símbolos que representan – en vez de ser - la realidad.

Por lo tanto la meta de la persona debe consistir en establecer un autentico compromiso con su vida racional así también con la esencia de su espíritu irracional. Pero tal compromiso no consiste en eludir los obstáculos racionales e irracionales que pudieran interponerse en el camino. Hay que aprender a enfrentarse a los obstáculos y el dolor, y hacerse responsable de establecer un sentido y un propósito en la propia vida sin la ayuda de la lógica ni de nadie más.

En todo momento, y en este contexto, el instrumento más importante y potente con que cuenta la persona, es la esencia de su propia persona. Y lo es porque a través de uno mismo, uno se pone en contacto directo con la esencia de la vida. Por lo tanto es necesario que la propia persona se enfrente directamente – y sin intermediario simbólico alguno - con la soledad, el aislamiento, la libertad, la muerte, y la sensación de carencia de un sentido vital en la vida.

Este problema, tal como nos enseño Buda, no es edificante – o sea que no sirve de ejemplo para actuar bien o que incita a la virtud. En realidad, y metafóricamente hablando, es necesario sumergirse de forma total y completa en el flujo del río de la vida, y simplemente dejar que la cuestión del sentido vital flote natural y libremente hasta que llegue a nosotros con todo su valor.

Buda vivió unos quinientos años antes de Cristo y se esforzó en encontrar un camino que liberara a los seres humanos de la miseria y los encaminara a un estado de mayor de espiritualidad. Para alcanzar la paz y la verdadera felicidad habló de mezclarnos directamente con la vida y el mundo, y ser una parte humilde y no exigente de ambos. A este estado ideal lo llamamos nirvana. Es el estado que se representa en las imágenes de Buda: una paz sublime, pero, sin embargo, no sobrenatural; una paz que no se adquiere con la comprensión, si no una paz que resulta de la comprensión mas allá de los símbolos y la racionalidad.

En aquella época, no era extraño que los jóvenes, hastiados, atormentados, y confundidos por la inmoralidad y perversión del mundo vivieran en los bosques, y como única posesión tenían un cuenco de madera con el cual, de vez en cuando, mendigaban un poco de comida. Pensaban que el auto-sacrificio, el sufrimiento, y la disciplina corporal los conduciría hacia un momento de sublime percepción, durante el cual el secreto de la sabiduría de repente se les presentaría. Buda, después de experimentar y vivir personalmente este tipo de vida, decidió que era ridícula y dijo cosas que nadie puede ignorar después de dos mil quinientos años de una agitada charlatanería en torno a la fuente de la sabiduría.

En resumidas cuentas, la racionalidad no se debe enamorar de sí misma, ya que el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de elementos irracionales que le exceden. La vida psíquica o vida mental, por lo general, no es en modo alguno una vida coherente y racional. Es mas bien un espantoso caos de sombras oscuras surcadas de relámpagos. Algo muy extraño y, sobre todo, contradictorio y discontinuo, que solo nos parece coherente, continuo, y racional porque a posteriori es referido en un lenguaje simbólico estructurado y sistematizado que pone en ello un aparente orden y claridad.

Y esa, precisamente, debería ser la sencilla y autentica función auto y hetero-tolerante del ser humano consigo mismo y con el mundo: conocer todos estos límites y limitaciones; ser interna e intuitivamente feliz ante la vida y la muerte; aceptar lo absurdo y sin sentido como parte integral de la vida; e identificar y eliminar los obstáculos racionales e irracionales que se interponen y bloquean la creación de sentido y propósito en la propia vida.

A medida que el individuo crezca y madure tendrá a su disposición más y mejores herramientas intelectuales (racionales), emocionales (irracionales), conductuales (de comportamiento), instintivas (impulsivas), y espirituales (independientes de la realidad corporal o material) para resolver sus situaciones cruciales de la mejor manera posible. Está claro que no en el clamor de una plaza llena de gente; tampoco en los gritos y aplausos de la multitud; si no en el interior de nosotros mismos encontraremos la victoria o la derrota ante nuestros puntos cruciales.

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