El Cuadro Impresionista y Usted

Guillermo Laich
02/08/2015 23:05

Las personalidades son como cuadros impresionistas. A cierta distancia cada persona parece hecha de una pieza; desde más cerca, constituye un desconcertante entramado de estados de ánimo, cogniciones, e intenciones 

Theodore Millon

Existen diez trastornos de personalidad que a su vez se dividen en tres subgrupos denominados el Grupo A (pre psicóticos o extraños): paranoide, esquizoide, y esquizotipico; el Grupo B (sicopáticos o inmaduros): antisocial, borderline, histrionico, y narcisista; y el Grupo C (neuróticos o ansiosos): evitativo, dependiente, y obsesivo-compulsivo. Todos ellos entran dentro de la anormalidad o la patología ya que funcionan de manera alterada. 

Los síntomas son constantes y se presentan a diario y a lo largo de toda la vida como: no tener consciencia del propio problema (egosintonía); mala adaptación a la vida y al estrés; dificultades familiares, académicas, y laborales; altos índices de separación matrimonial y violencia; conductas criminales, alcoholismo, y abuso de sustancias; victimización de otras personas y homicidios; e intentos de suicidio. 

No obstante, y cuando la personalidad humana se encuentra fuera de esos parámetros patológicos y dentro de aquellos que definen la normalidad, la personalidad humana no es para nada estable ni homogénea, existiendo grandes diferencias entre lo qué la persona aparenta ser y lo que en realidad es. Algunas personas se asemejan a las características artísticas que componen un cuadro impresionista. Un cuadro como tal, visto desde cierta distancia, da la apariencia de ser todo de una sola pieza y temáticamente coherente; pero a medida que nos acercamos a él, poco a poco se va desdibujando el sentido artístico de cohesión y coherencia temática para ir revelando un desconcertante, incoherente, y conflictivo entramado de cogniciones, emociones, y conductas claramente irracionales y contradictorias. 

Aunque la presencia de Francia ha sido determinante en toda la historia del arte, no hay un capítulo más genuinamente francés que el impresionismo, el movimiento nacido en París en la década de 1860. Opuestos al aprendizaje académico, su principal objetivo fue plasmar la esencia de la naturaleza a base de pinceladas sueltas y capturando la luz del momento en el aquí y ahora.   

El impresionismo se considera el punto de partida del arte contemporáneo y, en esencia, fue una tentativa para analizar la luz. Los pintores impresionistas consideraban que la luz no es solamente esa cosa brillante y dorada que los pintores colocaban sobre las carnes y las piedras; la luz es otra cosa. Pensaban que era una materia cambiante y viva que estaba sobre las cosas haciéndolas y deshaciéndolas, como en aquel juego de palabras que el dramaturgo neorromántico francés Edmond Rostand (1868-1918) ponía en la boca del gallo Chantacler: Oh, Sol!, sin el que las cosas no serian sino lo qué son.  

Llamamos luz a la porción del espectro electromagnético visible por el ojo humano. Las luces de distintas longitudes de onda son percibidas por el ojo humano como distintos colores que van desde la luz roja, la de máxima longitud de onda, hasta la luz violeta, que la tiene minima. 

Los impresionistas encuentran que la luz hace y deshace las cosas, que tiene una autonomía de matices, y se dedican entonces a estudiar la descomposición de la luz sobre la materia, lo que los lleva, precisamente, a detenerse en ese solo aspecto, en una especie de investigación cromática, que a ratos llega a ser casi pseudocientífica, del color. 

La luz existe en forma de diminutos paquetes de energía electromagnética oscilante que reciben el nombre de cuantos o fotones. Se utilizan ambos términos porque los paquetes de energía cuánticos presentan simultáneamente características de un haz de partículas (cuantos), y/o como ondas (fotones). Etimológicamente, la palabra cuantos proviene del Latín quantus, y significa ¿cuanto?; mientras que la palabra fotón nos llega del Griego phos, que significa luz. 

Cuando el impresionismo comienza a repetirse y agotarse surgen jóvenes pintores postimpresionistas como van Gogh, Gauguin, y Cezanne. Tales pintores pensaban que no bastaba con analizar la luz y pintar los datos inmediatos descompuestos por la luz. Había que construir, había que liberar la pintura de esa esclavitud, crear con el color y liberarse de la imitación de la naturaleza. La tésis principal era que no había por que imitar exactamente a la naturaleza y se permitieron toda la libertad imaginable para crear obras de arte basadas en las impresiones inmediatas que les producía la percepción individual de la realidad.

El pintor holandés Vincent van Gogh (1853-1890), por ejemplo, consideraba que un tema determinado era digno de ser llevado al lienzo, cuando se encontraba bañado por la brillantez de la luz solar. Una luz tan especial que, a sus ojos, lo transformaba todo. Su mente estaba obsesivamente enfocada en pintar desde la mañana a la noche y a pleno sol, sin importarle en absoluto otra cosa, comiendo poco y mal, y fumando su pipa de manera incesante. 

Pintaba en su casa, en los jardines de la plaza, en los huertos, en los campos de mieses, en la carretera, ante un grupo de cipreses altos y negros, y viviendo en un estado deplorable de constante exaltación e irritable soledad. De hecho, y siendo aun joven, decidió acabar con su vida con un disparo en el pecho. 

Para observar un cuadro desde una perspectiva impresionista se deben tener en cuenta una serie de factores: 1.- que se realizo al natural y al aire libre; 2.- que utiliza cielos y climas inusuales y diferentes; 3.- que elige un objeto cotidiano y ordinario; 4.- que se centra en como los diferentes tipos de luz natural afectan a los objetos; 5.- que sugiere un movimiento en el tiempo; 6.- que busca una imagen natural y espontánea; 7.- que fue pintado con rapidez y en una sola sesión; 8.- que en las variadas pinceladas los colores no se mezclan; 9.- que utiliza gran numero de trazos cortos y rápidos; 10.- que el detalle no es tan importante como la impresión inicial de la escena; 11.- que los colores oscuros se colocan cerca de los claros para crear la ilusión de un borde; 12.- que todos los cuadros impresionistas contienen algo de rojo y muy poco negro; y 13.- que se deben observar desde lejos para comprender su contenido ya que de cerca resulta imposible hacerlo.

Con respecto a todo lo anterior, y como si de un gigantesco puzzle de millones de piezas se tratase, cada ser humano tiene la difícil e incierta tarea de intentar encajar los multiformes y multicolores acontecimientos de la trama del destino para construir el cuadro que, de verdad, resume el mensaje de su propia existencia. 

De manera análoga, y como si de un autentico cuadro impresionista se tratase, las piezas del puzzle se asemejan a los coloridos trazos del pincel de un pintor impresionista, donde cada trazo, visto desde cerca y por separado, no posee ni una forma ni un contenido determinado ni relevante que lo defina. 

Esta ultima analogía, tan cierta como real, frustra y desespera profundamente al ser humano en la totalidad de su existencia. Y lo hace porque este se niega a aceptar tal confusión y sensación de insignificancia como válida medida de sus posibilidades. A partir de ahí procede a trazarse una serie de ambiciosos e irreales planes que cabalgan sobre ilusiones, emociones, y sueños. A pesar de que una cierta cantidad de imaginación y desconexión de la realidad es necesaria en la vida para mantener la salud mental, este camino no es el más acertado. Y no lo es, porque mas tarde o mas temprano le conducirá a profundos fracasos y decepciones. El material de base con el que contaba, o sea las piezas del puzzle de la realidad, no se complementan entre si ni encajan correctamente con la medida – tanto en calidad como en cantidad - de sus sueños, ilusiones, y deseos. 

En consecuencia se producen impurezas como grietas, incoherencias, y contrasentidos en lo que debería ser un cuadro perfecto. Frente a la ensoñación, típicamente adoptada como falso ideal, la realidad responde con su inapelable peso de la verdad, provocando un desengaño existencial de tal magnitud que pocas personas logran superar. 

Estimulados por la actual educación que anula la creatividad y la innovación, por una tecnología digital de realidad virtual que nos atrapa, obsesiona, y consume, y por una dinámica material propia de una sociedad de consumo, a vivir de acuerdo con proyectos ideales, tendemos a alejarnos cada vez mas de nuestra vida natural para proceder a pensar, imaginar, o soñar otra mejor …. pero inexistente en el mundo real. De esta manera damos la espalda a la realidad consensual de manera continua como si sus limites y limitaciones proyectasen una larga y oscura sombra sobre nuestras autenticas capacidades y posibilidades. 

Pero la realidad, por humilde que pueda ser en determinadas situaciones o momentos, es la única garantía real que tiene el ser humano para dar dirección y sentido a su vida. Estos últimos dos factores que, si bien pueden quedar totalmente desdibujados en las piezas del puzzle al considerar cada unidad por separado, adoptan una profunda coherencia y un enorme relieve cuando se considera la perspectiva de conjunto en la trayectoria personal. De esta manera la atención a lo pequeño y aparentemente aislado es la mejor garantía de integración, sentido, y grandeza … y viceversa. 

Todo lo que en nuestra naturaleza pueda parecer extraño a la conquista de la realidad, no deja de ser una especie de eclipse pasajero que va mas allá y trasciende aquello que no es real. Me refiero a un despertar u obligado transito hacia la realidad, a una luz transparente y sin tamices mediante la cual uno logra verse a si mismo y al mundo en su única, desnuda, y autentica naturaleza – como lo que realmente es. Y nada mas que eso, porque nada mas hay en la realidad. 

La personalidad humana no es tan sólida, estable, u homogénea como pensamos que es. En todos nosotros existen profundas incongruencias entre lo que se percibe en la distancia y lo que se evidencia en la proximidad. En semejanza a un detallado y elegante cuadro impresionista, en la distancia cada ser humano nos da la sensación de ser coherente y todo de una sola pieza; pero a medida que nos acercamos a las pinceladas que yacen sobre el lienzo se revela la presencia de un espantoso y desconcertante entramado de miedos, dudas, incertidumbres, vacilaciones, conflictos, mentiras, envidias, resentimientos, ira, … y fragilidad … mucha fragilidad. 

En estrecha semejanza a las clásicas tragedias griegas de Esquilo, Sófocles, y Eurípides - que siempre presentan una cara trágica y otra feliz - lo mas interesante y desconcertante de todo lo anterior consiste en que la otra cara de la metáfora/analogía de saber interpretar el contenido de un cuadro impresionista en función de la cercanía o la distancia desde la cual se contemple, en realidad debería producirse en sentido diametralmente opuesto: cuanto más nos acercamos e intimamos con la personalidad de un ser humano, mayor debería ser su continente y contenido en grandeza, sensibilidad, amor, autenticidad, valor, integridad, coherencia, y visión de la realidad … y no viceversa.

Pero eso es otra historia …

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